Contra el mito de la impotencia
Camille Étienne, destacada ecologista francesa, aboga por abandonar los debates impuestos por la extrema derecha en las redes y concentrarse en esas luchas que podrían verdaderamente cambiarnos la vida


En noviembre de 2022, en un programa de gran audiencia de la televisión pública francesa, una joven de 23 años clavó sus penetrantes ojos verdes en los del entonces ministro de Ecología, Christophe Béchu, y con una tranquila contundencia le espetó: “Contra Total Energie, una empresa francesa que construye bombas climáticas, al escucharle, parece que usted no puede hacer nada (...) contra los bancos franceses que siguen financiando megaproyectos climaticidas, al escucharle, parece que usted no puede hacer nada (...). ¿Para qué sirve usted? ¿Por qué elige sistemáticamente la impotencia?”. No recuerdo qué le contestó el ministro o si consiguió articular algo mínimamente creíble, aunque lo dudo. Lo que sí se me quedó grabada es la determinación de esa mujer que no conocía, la admiración que despertó en mí su elocuencia y preparación científica. Considerada hoy una de las figuras más destacadas de la ecología en Francia, Camille Étienne deconstruye el mito de la impotencia, ese sentimiento tan extendido entre la ciudadanía de desposesión de la propia “potencia política” para hacer frente a la crisis climática. Una impotencia, nos dice Étienne, que nunca es real sino “construida”, “orquestada” por unos actores económicos y políticos interesados en que nada cambie ―drill, baby drill, Trump dixit―.
Convertidos en meros espectadores del desastre en curso, la mayoría de los ciudadanos ni siquiera concebimos la posibilidad de actuar: nos limitamos a reaccionar e indignarnos en las redes sociales. Pero ante el desgaste que supone vivir en un estado permanente de estupor, generado por los falsos debates que nos imponen unas plataformas dominadas por los climatoescépticos y la extrema derecha filonazi, ¿qué sentido tiene y qué conseguimos con ello? Esto es lo que se preguntaba hace unos días la activista, en su cuenta de Instagram donde la siguen más de 500.000 personas. Étienne defiende que si bien el activismo no puede permitirse el lujo de abandonar esa palanca de movilización que son las redes, sí debe liberarse de la encerrona tendida por los seguidores del “bufón ebrio de ketamina” de la Casa Blanca ―para usar la ya mundialmente célebre fórmula del senador francés Claude Malhuret― y retomar el control de la agenda. Pasar de la reacción a la acción dando mayor visibilidad a esas luchas que podrían verdaderamente cambiarnos la vida.
Este cambio de paradigma es el que ha escenificado la joven activista diplomada de Science Po de París, y estudiante en Oxford, al llevar a las redes francesas el más que crucial debate sobre los PFAS, un grupo de agentes químicos que no se degrada y permanece eternamente en nuestro cuerpo, considerado por los expertos como la mayor contaminación química a la que ha estado expuesta el ser humano. Después de un año de movilización en redes y de presión a los responsables públicos, el pasado 20 de febrero Étienne y los que la acompañan en su lucha ―científicos, periodistas de investigación, ONG, artistas― lograron que la Asamblea Nacional adoptara una de las legislaciones más ambiciosas del mundo para luchar contra este macro escándalo sanitario, pese a la oposición de la derecha y del Reagrupamiento Nacional de Le Pen.
La activista, que se ha criado sin pantallas en las montañas de Saboya, se ha convertido en los últimos años en la pesadilla de buena parte de los grandes industriales franceses, a quienes no teme pedir cuentas. Ella cree que esta victoria histórica solo es un comienzo y que otras conquistas igualmente vitales están al alcance de la mano por poco que les dediquemos la atención y el esfuerzo que merecen. Como recalca en un brillante ensayo que aún no se ha publicado en España, basándose en los estudios de dos investigadoras de Harvard expertas en desobediencia civil, basta que el 3,5% de la población se movilice por una causa para derrocar el orden establecido. La perspectiva no deja de ser vertiginosa, admite Étienne, ya que ese porcentaje representa a millones de ciudadanos a los que habría que despertar del letargo. Pero es suficientemente alentadora para no tirar la toalla y seguir plantando cara a esas empresas que se lucran impunemente a costa de nuestra salud y del planeta.
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